Alborenda

Recostado en la alfombra de mi pereza
delirando coleópteros de estrella
en un embeleso entre quebrado y gozoso
soñé una quimérica acuarela
de un color utópico, rutilante, majestuoso,
después inventé el nombre para tenerla,
la llamé, pretencioso, «alborenda»,
y ese estrafalario pintor de entelequias,
ese lunático caprichoso
de dentro de mi cabeza
coloreó de «alborenda»
un mágico y misterioso
garabato de luciérnaga.