I
El
camino que se derrama en la era
antes
que yo remozara su nombre
fue
"la vereda de los trece robles"
hoy
sólo lo llamo con el nombre de ella.
En
mitad del camino que va a la era
trabajo
en los luengos campos de girasoles,
cielo
amarillo, conjuro de sol y sus ardores,
rayanos
a la ventana en que la hilandera
vuela
sus coplas entre sus labores,
y
cuando el viento del sur se las lleva
teje
la rivera con su cantar de amores,
vistiendo
todo de mocedad y luna nueva.
Y yo
yerto, en el más elevado de los alcores
sin
despegar mis ojos huecos de esta tierra
sin
que mis pies de sus surcos se desabotonen.
II
Cómo
describirla, trazarla en un poema,
no
sabría ni en cien estaciones
esta
lata herrumbrosa que es mi cabeza,
hueca
por dentro, de herrumbre por fuera
a
semejanza, supongo, a la de los hombres.
Cómo
mirarla, con esta mirada muerta,
perforada,
que me asestaron los dioses,
la más
feroz en mí de sus condenas,
pues
en mis ojos sólo se esconden
en sus
entrañas, dos oquedades yermas.
Cómo
amarla, con mi corazón de madera,
con mi
esencia indolente de roble,
que
compusieron mi pecho de una traviesa
encallecida
de arrostrar pisotones
bajo
los raíles de un tren de vía estrecha.
Cómo
decirla, si mi boca es una mueca,
ilusoria,
un garabato, incapaz de que broten
las
palabras de sus labios, amordazados poetas,
su
silencio forzado y luctuoso esconde
el
sufrimiento sin recitar de mis poemas.
Cómo
enamorarla, con mi ajada chistera,
alanceada
por las picas blancas del norte,
con mi
pelliza marrón que da sombra vieja
que ha
bordado el tiempo de jirones
que
huele a la humedad que vomita la yedra.
Y cómo
abrazarla, en el cementerio de esta noche,
si cadenas
de invisibles eslabones
almidonan
mis brazos de ramas secas,
quebradizas,
desplumadas de su brotes,
que
dan abrazos abiertos que nunca se cierran.