Cuchilla
cana que mi pecho abrasa,
como
gélido polen de una estrella,
en una
noche pávida cualquiera,
de las
de ventisca y luna nevada.
De
esas noches de nadie enjabonadas,
de
nieve virgen sobre las aceras,
que al
tiempo te lapidan y besuquean,
ardiendo
como el frío de la aijada.
Puñal
de puño blanco purpurino,
cuarteando
el cantal de nuestra muralla,
cercenando
madrigales y trinos.
Eslabones
de travesía extraña,
primero
pétalos enardecidos,
más
tarde cadena serena y clara.