I
La tormenta
al oído en mi ventana
afinó su clarín mientras dormía
exudando a través de sus rendijas
el perfume de un ánima extraviada.
Vistió al colarse de apariencia humana
a ese alma la tela de mi cortina,
que humeaba gris, grácilmente mecida
a su paso de aires de madrugada.
Abordando mis sueños de puntillas
"me
he caído - me
susurró - del
viento,
de ese
maldito viento del destino
que
clava núbiles almas cautivas
a las
escolanías de los cielos,
cual la
mía, sin haber florecido".
II
Con avidez
cosí mi cristalera,
quise afuera dejar malditos vientos,
ungí de calor mi pequeño reino,
me enclaustré como si dios no me viera.
Con el mantón le arropé de mi hoguera,
un pequeño amor venido del fuego,
le he quitado sólo un suspiro al viento,
tu dios una alondra a la primavera.
Pasaron frutos hinchiendo alacenas,
murieron lunas encendiendo antorchas,
necio pensé: ¡quizás dios no se acuerda!
quizás olvidó apañar en su escoba
su ángel silente de mi chimenea,
de la primavera la última alondra.
III
Sin
más fortuna que seguir viviendo,
sin
más ambiciones que amaneciera,
al
descuido de una gatera abierta,
al
alba una calzada hasta los cielos.
Para
el Señor asir a su cordero,
anudando
la otra punta a una estrella
quiso
alongar a mi alcoba su cuerda,
¡quién
puede vencer a dioses arteros!
Y
negros, misereres, sin candela,
unos
huesos de madera descansan
en el
osario de la chimenea,
esa
que en tus pupilas tremolaba
su
pasión efímera de perseida
mi
despojado ángel de la guarda.