Dime
quién quiere desaguar el mar,
ocupar
su sitio, violando el agua,
triste
mi barca en su quietud de estatua,
la
marea no le saca a bailar.
Ya no
navega en sus zapatos de sal,
rotos
de salpicaduras quemadas,
son
las centellas negras de esta fragua,
las
que ella recordaba de cristal.
Hoy
nuestra orilla ya no vestirá
el
húmedo pijama de pleamar,
de
piel azul con pestañas de nieve,
adiós
a sus rizos de hebra de leche,
al
sombrío de su cebada verde,
que un
negro sol le ha venido a secar.